Emily Lauri, LCSW
Hace unos años, mi padre, que es director de funeraria y una de mis personas favoritas en el mundo, se acercó a mí durante una de nuestras conversaciones y dijo con naturalidad: “Sabes, Emmy, “ellos” dicen que solo se necesitan dos generaciones para ser olvidado”.
La idea de que mis personas o cosas favoritas fueran olvidadas me detuvo en seco. ¿Quiénes son “ellos”, de todos modos? Una parte de mí quería estallar en lágrimas y otra parte quería ponerse a la defensiva. Sobre todo, estaba confundida por mi reacción: me encontré con muy pocas palabras para responder, lo cual es raro en mí.

Estábamos en uno de nuestros paseos favoritos al atardecer, un ritual que hemos mantenido durante más de diez años cada vez que lo visito. No se trata de los impresionantes colores del cielo o la vista dramática del horizonte de Detroit. Se trata de la conexión que encontramos en nuestras conversaciones, paso a paso.
En estos paseos, hablamos de los detalles más pequeños de nuestras vidas, detalles que sé, sin lugar a dudas, que nunca quiero olvidar.
Aquí es donde entra en juego la idea de crear un legado. Es un concepto que he llegado a apreciar profundamente en mi papel como terapeuta y proveedor de cuidados paliativos.
En pocas palabras, un legado es algo que creas y que te sobrevive.
Un legado no se trata de pertenencias físicas o reliquias familiares, se trata de capturar y compartir las partes de tu vida que más importan: tus valores, lecciones y amor. Escribir cartas a seres queridos, recopilar un libro de recetas familiar o grabar videos para las generaciones futuras son ejemplos de proyectos de legado.
Hay innumerables formas de crear un legado, pero la conclusión es esta: el trabajo de legado permite que el espíritu de tu vida perdure por generaciones.
Últimamente, he reflexionado sobre por qué la declaración de mi padre me tocó una fibra tan sensible ese día. ¿Por qué permaneció en mi mente? Ahora, con algunos años más, y tal vez algo de sabiduría, me doy cuenta de que mi reacción tiene todo el sentido.
Mi trabajo como trabajadora social me ha ayudado a comprender nuestro deseo humano compartido de ser vistos, abrazados y recordados. Pero es durante esos tiernos paseos al atardecer con mi padre que descubro qué partes de mi espíritu espero que perduren. Como todo el mundo, no quiero que me olviden.
La moraleja es sencilla: todos tenemos partes de nosotros mismos que merecen ser recordadas.
Si tienes curiosidad sobre la construcción de legados, únete a mí en mi próximo taller en la Conferencia de Caregiver University el 1 de marzo. Nunca es demasiado tarde para empezar a crear tu legado.
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